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Ivan Cortes professionals studied acting at the University Center Theater, UNAM He has worked in film, theater and television in various projects with some of the most important directors in Mexico. Ariel Award nominee granted by the Mexican Academy of Motion Picture Arts and Sciences in 2010 by Backyard. With his project: "The Structure of spontaneity" was awarded the scholarship stage creators in Specialty: Actors Film and Video 2011-2012 issued by the FONCA in Mexico. In 2012 he was part of the Talent Campus Guadalajara FICG, as one of the emerging talents in the region of Mexico, Central America and the Caribbean. "The Eye of CreAcción" born during this stage research process.

domingo, 28 de octubre de 2012

La commedia dell’arte: una técnica de actores teatrales, herramienta de actores sociales.



por Sebastián Liera.


Sebastián Liera
A veces, cuando hablamos de Commedia dell’arte, lo primero que nos viene a la cabeza son dos de sus elementos primordiales: la improvisación y el uso de la máscara; pero, sobre todo a partir de la creación de academias para la formación actoral en el siglo 19 y de su incorporación al modelo de la educación superior universitaria que nos viene desde el Renacimiento, en los siglos 20 y 21 solemos olvidar que estos y otros elementos de la commedia dell’arte inicialmente se aprendían por imitación de los cómicos que de suyo ya encarnaban las máscaras de la propia commedia y, que dicha transmisión por imitación, se hacía las más de las veces de generación en generación.

Podemos hablar de grupos o personalidades que son continuadores de la herencia de pasar de padres a hijos, de tíos a sobrinos o de abuelos a nietos las técnicas que sus antepasados de los siglos 16 y 17 adquirieron en compañías como los Gelosi o los Fedeli; pero la verdad es que las técnicas de la commedia dell’arte, por lo menos en América Latina, o las aprendemos en talleres o cursos impartidos por colegas que sin ser herederos por consanguinidad de aquellos grandes cómicos articulan experiencias pedagógicas con afanes casi arqueológicos, o las adquirimos en experiencias que abrevan de la tradición cómica dell’arte como parte de una herencia genealógica tan amplia que muchas veces no se reconoce simplemente porque se ignoran los puentes entre una tradición y sus herederas.

En mi caso sucedió algo cercano a esto segundo: yo nunca he tomado un solo taller en commedia dell’arte; vaya, ni siquiera cuando estuve en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM, porque Antonio Crestani y José María Mantilla impartieron el curso que diseñaron a partir del Manual mínimo del actor, de Darío Fo, cuando yo ya había egresado; no obstante, cuando coordiné una práctica a la que intitulamos No es lo mismo…, donde personalmente creo que he puesto más en juego los recursos de la commedia dell’arte, yo había pasado por dos experiencias que genealógicamente son herederas de ésta: en Torreón, bajo la dirección de José Luis Urdaibay, aprendí y puse en juego durante poco más de un año algunos técnicas del clown interpretando un personaje que sin la lascivia de los vecchi de la commedia dell’arte puede compararse con Il Dottore por la vía del payaso cara blanca; más tarde, en Cuernavaca, aprendí en la praxis y por imitación una técnica actoral que se reconoce directamente heredera del teatro de carpa de finales del siglo 19 y principios del 20, bajo la guía de Berta Alicia Macías Lara y Eduardo López Martínez, quienes me incorporaron a su espectáculo Sancochado callejero para interpretar un personaje que de algún modo es la versión mexicana postcarpera de Il Capitano de la commedia dell’arte.

Las siguientes experiencias corrieron por la vía ya no sólo del actor, sino también del director con complejo de maestro; una de ellas ocurrió estando al frente del Taller Juvenil de Artes Escénicas «Mitote», perteneciente a la asociación civil Cultura Joven, donde dirigí algunos sketches de Sancochado callejero para el montaje de algo que llamamos Una pura y dos con sal donde, además de interpretar a Perico el Merolico (una especie de Il Dottore pícaro con más de zanni que de magnifici), más que enseñar, mostré al resto del reparto “cómo hacer” a El Peladito (una mezcla de Arlecchino y Brighella), La Indita (una suerte de Colombina) y mi propio personaje: El Polecía, cerrando así el círculo genealógico.

Sancochado callejero y Una pura y dos con sal eran, sobre todo, espectáculos de un teatro de carpa (sin carpa) que estaban diseñados para representarse en la calle, las plazas públicas, los parques o los patios de las escuelas; se trató de montajes cuya estructura dramática era más parecida a los espectáculos de los cómicos de la legua, en España y la Nueva España, que a los de sus pares dell’arte; pero que, en cuanto a sus personajes, estaban más cercanos a los de la comedia dell’arte, por el uso de máscaras y rutinas acrobáticas y de malabarismo, que a las figuras de donaire (graciosos o simples) de los Siglos de Oro.

No sería sino hasta en No es lo mismo… donde entraría en juego el recurso de la improvisación. No es lo mismo… fue un juguetito escénico que monté con jóvenes en situación de calle como parte de un proceso de intervención social más amplio y complejo llevado a cabo por Centros de Prevención Comunitaria Reintegra, una institución de asistencia privada que hace operación social con sectores de la población vulnerables de sufrir situaciones críticas asociadas a la drogadicción y la farmacodependencia en la colonia Guerrero y en el barrio de La Lagunilla de la ciudad de México. Buena parte de los muchachos que encarnaron a los personajes batallaban mucho para memorizar los textos debido al deterioro de su sistema nervioso por el consumo de sustancias tóxicas, así que lo que inicialmente obedecía a una estructura dramática de paso o entremés áureos se convirtió, por necesidad, en algo parecido al canovaccio de la commedia dell’arte.



Puede parecer contradictorio que, siendo el canovaccio un guión de acciones y textos diversos que precisa de una memoria prodigiosa, yo compare la estructura de No es lo mismo… con él; pero si lo hago es porque no se trataba de cualquier tipo de muchachos: la mayoría de ellos eran payasitos callejeros, lo que les había dado desde antes de la práctica escénica de No es lo mismo… una experiencia y un dominio del oficio realmente sorprendentes. Al igual que los cómicos dell’arte, estos artistas, callejeros en más de un sentido, poseían una amplia gama de recursos textuales y gestuales que pusieron en juego a favor de la práctica. Bastó que se aprendieran el orden de la trama para enriquecerla con la infinidad de recursos que ellos de suyo ya tenían.

Las técnicas de la commedia dell’arte funcionaron entonces como herramientas pedagógicas y recursos de la puesta en escena. Fueron dos años en las cuales a el uso de la máscara, las rutinas acrobáticas, los trucos de malabarismo y el gesto fársico que ya de por sí usaba, se sumaron el juego del lazzi y la técnica de improvisación que terminaron por hacer de esa experiencia una práctica escénica contemporánea, donde la característica principal fue la apropiación de la commedia dell’arte como parte de una exploración estilística. Por otra parte, comprobé que hacer teatro con un sentido de inclusión social no tiene porqué significar la renuncia a procesos de perfeccionamiento en la formación actoral.

En 2006 No es lo mismo… se convirtió en lazzi de un espectáculo más complejo: una suerte de procesión teatral, a medio camino entre las representaciones de La Pasión de Cristo y los carnavales medievales y renacentistas, que Jessica Cortés y yo articulamos. La anécdota central la tomamos de un cuento de Onelio Jorge Cardoso, Francisca y la Muerte, en el cual la Muerte realiza todo un periplo para llevarse a una Francisca que aun anciana es tan vital que termina rindiendo de agotamiento a la Muerte misma. En términos de intervención social, el logro fundamental de esta práctica escénica que siguió estando basada en la commedia dell’arte fue que los jóvenes en situación de calle participaran como instructores, guías, maestros y monitores de niñas y niños en situación de riesgo cuyos padres y madres les habían confiado su cuidado. Estamos hablando de un cambio radical en la representación social que los muchachos tenían de sí mismos y en la que la comunidad tenía de ellos; ya no eran los “buenos para nada”, sino los artistas, los maestros.

Posteriormente, en espacios de formación teatral y no de operación social, tales como una Escuela de Iniciación Artística del INBA o, más tarde, la Escuela Superior de Artes de Yucatán, he llevado a cabo algunas experiencias donde la improvisación sigue siendo un recurso fundamental; pero estas experiencias estuvieron encaminadas más a la exploración de una posible técnica del cómico de la legua novohispano y peninsular de los siglos 16 y 17 que a la commedia dell’arte. A esta búsqueda pertenecen los procesos de los talleres, seminarios y cursos de los que surgieron: un ejercicio en torno a El retablo de las maravillas, de Cervantes, y, más recientemente, lo que llamé paseos novoauriseculares, en particular el de Fuente Ovejunica; pero eso, como dice la frase popular, es otra historia.



Mérida, Yucatán; octubre de 2012.


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